Vistas de página en total

lunes, 15 de abril de 2024

‘ANA’

Ni conocía al autor ni el libro, que me prestó una persona a la que su madre se lo regaló, seguramente porque la hija luce el mismo nombre que el título de la novela.

Y eso es una de las cosas que menos me han gustado. Personalizar de esa manera un texto tan largo distrae de la trama, del tema, que es lo más importante: Ana Tramel es una abogada que emprende una acción legal contra un casino de Madrid que ha cometido severas irregularidades. A mí esto es lo que más me ha interesado: el asunto del juego en España y sus víctimas, en absoluto colaterales. Es un problema grave, gravísimo, del que se lucran muchos y desde luego el Estado.

Sin embargo, el autor incide en la vida y milagros de Ana Tramel, adicta a las pastillas y también al alcohol, con pasado tumultuoso, sentido de la justicia emocional e impetuosa como ella sola. Me recuerda a la protagonista de Instinto básico, Catherine Tramell, no me parece que la elección del nombre sea casual.

Hay demasiados personajes. Algunos notablemente extendidos, como el exmarido de Ana, cuya aparición años más tarde no tiene una relevancia especial. Tampoco muchos de los empleados del casino e incluso sus propios empleados, que desaparecen de repente. Incluso el restaurante oriental, para qué.

Veo un aire a lo Joël Dicker en la novela, como si en cada uno de los 91 capítulos tuviera que pasar algo importante y más impactante que en el anterior. Casi como si estuviéramos ante el guion de una serie. Lo que, por cierto, sería estupendo.

Parece, por lo que he escrito, que no me ha gustado. Y no es así: el tema, como he dicho, y todo lo que tiene que ver con los juicios y las maquinaciones de los abogados, es estupendo y muy digno de interés. Solo le hace falta una buena poda de páginas y de elementos distractores.

No es que lo recomiende con frenesí, estuve a punto de abandonarlo las primeras doscientas páginas. Pero, ahora que he terminado, me alegro de haberlo leído entero, pese a que las últimas páginas no me gustan demasiado.



Procedencia de la imagen:

https://www.planetadelibros.com/libro-ana/242826

lunes, 8 de abril de 2024

EL OTRO

De vez en cuando hay que poner orden en los papeles. Lo hice hace poco y encontré viejos poemas y escritos casi indescifrables (mi letra ‘de médico’). Entre ellos, este de 2014, que transcribo con pocas correcciones:

¿Cuál es el punto justo del respeto? Si nos pasamos, llega la indiferencia, tan perjudicial que acaba encontrándose con la arrogancia, que era lo que había si nos quedásemos cortos.

El otro, el no-yo, es radicalmente ajeno. Pese a ello, es necesariamente un-como-yo. Esa dialéctica sustenta el conflicto y también debería disolverlo. Debería. Si hay convivencia es porque estamos cerca y ello supone igualmente cierta dosis de conflictvidad. Leí que si reconducimos el conflicto a la categoría de problema es más fácil su solución. Lo malo es que somos seres emotivos y eso es uno de los combustibles de todo conflicto.

Hablamos idiomas similares, pero no el mismo, ni siquiera cuando se llama igual. Nuestros linajes son imprecisos y en ellos nada tenemos que ver, salvo nuestro orgullo de herederos inmerecidos. El pasado es común y no: siempre podemos reelaborarlo y mentirnos.

Casi por milagro, a veces conseguimos entendernos. La voluntad es esencial. No siempre exitosa.

Diseñamos palabras que quisieran ser caminos. A menudo hay quien pone piedras, socavones y minas. No por eso hay que dejar de trazar esas vías de tránsito.

Las palabras también tienen categoría de sílex, de lanza y de barro. Su núcleo es una creencia mal digerida y contiene productos que ya nacieron en la podredumbre. Solo los que las profieren carecen de olfato.

Los dioses no ayudan. Pocos ecuménicos y demasiados iluminados que únicamente se unen entre ellos contra el descreído, el que ve similitudes donde ellos ven diferencias. No las hay, solo cosmética teológica. Y no es eso. El disidente siempre pierde, el hereje.

El otro, por supuesto, camina, viste y ama. No lo hace como yo, claro. Desconozco si mi mirada le afecta, mis palabras cuidadosas. Quién sabe.



Procedencia de la imagen:

https://gato-osses.com/el-otro-que-tan-extrano-es-el-extrano/


viernes, 29 de marzo de 2024

‘MÁQUINAS COMO YO’

Este extraño título tiene como autor a Ian McEwan. He leído varios libros suyos: Chesil Beach, Expiación, Sábado, Ámsterdam y La ley del menor. Por cierto, de casi todos hay películas estupendas.

En ellos hay una compleja problemática humana. Son difíciles, desasosegadores, hondos y a menudo devastadores. Hablan sobre la condición humana. Son libros de hoy o casi de hoy. Mejor de siempre: tengo la impresión de que eso que llamamos condición humana cambia poco y solo se acomoda a las circunstancias espaciotemporales de sus protagonistas.

¿De qué va Máquinas como yo? Pues eso: lo dicho, personas que buscan la felicidad o al menos el bienestar. Pero también va de otras cuestiones de hondo calado. A ver si contextualizo un poco: la ficción se sitúa en Gran Bretaña, años ochenta, se acaba de perder la guerra de las Malvinas, pese a lo cual Margaret Thatcher sigue en el poder. La economía va mal, los laboristas pueden acceder al poder y prometen cosas que tal vez no puedan cumplir. Los del IRA siguen liquidando y sembrando dolor y odio. Alan Turing sigue vivo; sí, esta ficción es interesante, permite explicar el desarrollo de la inteligencia artificial en esos años.

El protagonista, Charlie, ha comprado un Adán, especie de androide (me recuerda mucho a los de Blade Runner). Puede hacer tareas domésticas, pero también especular favorablemente en el negocio bursátil (mejor que su dueño), escribir poesía, enamorarse y tomar decisiones. Muchas de estas no gustan a Charlie ni a Miranda, incluso les causan quebranto, porque Adán actúa conforme a los principios de la verdad y de la corrección moral y legal. En este sentido, parece que su software es completamente kantiano.

No puedo revelar más sin hacer spoiler. Recomiendo su lectura. Y, sobre todo, algo que he leído en varios lugares: lo aburridas que son las páginas en las que Alan Turing habla de física y de matemáticas. A mí me parece justamente lo contrario.

Acaba el libro y sigue revoloteando en la cabeza. A los problemas eternos que teníamos hay que añadir alguno más.



Procedencia de las imágenes:

https://www.casadellibro.com/libro-maquinas-como-yo/9788433980465/9853797?gad_source=1&gclid=Cj0KCQjwzZmwBhD8ARIsAH4v1gVyODhl4ajmAbZO7SrIxg4sNQ3plCTwa7qk0DfDMlhyUZ2VpaFzoTwaAiQqEALw_wcB

https://www.amazon.es/Conversations-Ian-McEwan-Literary/dp/1604734205



jueves, 21 de marzo de 2024

EMMANUEL CARRÈRE: LIBRO Y PELI

En el último mes he visto una película dirigida por Emmanuel Carrère y he leído un libro suyo.

La película es En un muelle de Normandía (2021), traducción más que libre de Le Quai de Ouistreham. Está protagonizada por Juliette Binoche, que interpreta a una escritora infiltrada entre mujeres de la limpieza. Estoy leyendo que la mayor parte de las actrices que la acompañan no eran profesionales. Desde luego, dan el pego. Creo que la película está muy bien, con ese aire francés indefinible que hace fácil identificar la procedencia de una película. Lo más interesante, creo, es el estudio de la condición humana: contemplar cómo tratan las personas a esos currantes ‘invisibles’ es un buen indicio de su catadura moral. También me interesó mucho la solidaridad entre las trabajadoras y sus desiguales procedencias y expectativas. Aunque, bien mirado, todas tienen algo en común: la esperanza de una vida mejor.

A los pocos días de verla (está en Filmin) fui a la biblioteca y en el expositor me miraba Yoga. Di la vuelta a la cubierta y lo que leí me interesó. Es un libro denso, duro, casi todo él autobiográfico. Comienza con un retiro espiritual en un centro especializado en Francia. Pero la vida lleva a Carrère a los horripilantes atentados contra Charlie Hebdo, en los que murió un amigo; después a su enfermedad mental, a su huida a una isla griega en la que toma contacto con los refugiados y, finalmente, al fallecimiento de su editor y amigo.

No es una novela, sino algo semejante a lo que he leído en los libros de Annie Ernaux: autoficción. Creo que poca ficción y mucha humanidad a la vista, descarnada, sin pudor. O tal vez sí lo hay pero Carrère lo obvia y prefiere una catarsis literaria. En alguna ocasión era mi propio pudor el que se tropezaba con el texto en esta narración tensa y un tanto difusa en su estructura, lo que no me molesta en absoluto.

Por cierto, yo, que soy poco dado a esas modas orientalizantes, he aprendido mucho sobre el yoga, el taichi y esas cuestiones que conozco poco. También me ha gustado que Carrère las practica, pero tiene dudas, críticas y no deja de ser un heterodoxo. También me ha divertido a veces, el sentido del humor aparece a menudo en estas páginas que son, sobre cualquier otra cosa, el drama de la vida: dolor y placer, que diría Nietzsche.

Es el primer libro que leo de este autor. Y me gusta. No sé cómo serán los otros. Seguiré con él. Como soy un cotilla, he visto otros libros, películas y documentales. Les hincaré el diente. También he visto que Carrère fue Premio Princesa de Asturias de las Letras en 2021, dos años antes de que lo obtuviera su madre (Ciencias Sociales), la historiadora Hélène Carrère, que falleció un poco antes de la entrega. Lo recogió su hijo. Es la única vez que se ha concedido a una madre y a su hijo. Aquí el discurso de Emmanuel al recoger el suyo.

 

https://www.rtve.es/play/videos/premios-princesa-de-asturias/discurso-emmanuel-carrere-princesa-asturias/6150080/



Procedencia de las imágenes:

https://www.filmaffinity.com/es/film115715.html

https://www.elojocritico.net/emmanuel-carrere-yoga/

miércoles, 13 de marzo de 2024

NO NOSTALGIA


No soy nostálgico. Tampoco el título de este post responde a balbuceos del teclado.

Hace no demasiado volví a la ciudad en la que viví mi infancia y adolescencia. Tenía tiempo y recorrí sus calles.

Vi un barrio de casas que en el pasado fueron más que humildes. La mayor parte habían sido restauradas y parecían otra cosa. En algunas se habían instalado algunos negocios: una agencia de viajes, un negocio de uñas y un despacho de abogados, entre otros. Me gustó el cambio.

El colegio donde cursé la EGB estaba cerca. No había cambiado demasiado, aunque se veía más lustroso. El recreo había terminado hacía poco y aún se oía el estruendo de la chiquillería por las escaleras. A nosotros nos hacían formar y subíamos en silencio. Eso sí, ya no se cantaba el «Cara al sol» y se rezaba a criterio del profesorado al comienzo de las clases. O sea, poco.

Cerca de la escuela estaba mi casa, un edificio de tres portales, dos plantas con doce viviendas en total. No quedaba ni rastro. Lo demolieron hace tiempo y en el solar se yergue un espantoso edificio. Tampoco es que fuera maravilloso el que fue mi domicilio.

A pocos metros había unos chalets de gente bien. Allí seguían, incluso mejor que entonces, todos impecables. Recuerdo que en uno había un árbol con una rama gruesa de la que colgaba un columpio. Ya no hay columpio ni árbol: solo césped muy cuidado. En uno de esos vivió una novia que tuve, ignoro si sigue habitando en esa casa, sus padres seguramente habrán fallecido. Hace más de veinte años que no sé nada de ella y tampoco tengo deseos de saber.

En los alrededores vivían dos amigos de infancia, de los que tampoco sé nada desde hace décadas. En casa de uno olía siempre a sopa y a algo que no he sabido identificar pero que me desagradaba profundamente. Su madre estaba siempre enfadada y gritaba. El otro era hijo de un guardia civil y vivía en la casa cuartel. Ambos eran niños silenciosos, educados, incluso un tanto temeroso el primero.

A sus domicilios no me he acercado. He ido en otra dirección, una avenida que comienza con un bar en el que me recuerdo de niño alguna vez, con mi padre, que me mandaba enfrente a comprar el periódico en un quiosco, en el que también adquiría chicles y barras de regaliz. No hay rastro de ellos.

Más abajo estaba la gestoría donde trabajaba mi padre y que desapareció hace muchísimos años. La gestoría, también él: lo recuerdo al pasar por la calle, inclinado sobre unos papeles, concentrado. Me gustaba ver su firma.

A veces me llevaba a un bar-restaurante que había justo al lado. Recuerdo que la dueña era una mujer que entonces me parecía mayor, muy elegante, con un nombre evocador, que era el del local. Descubrí con cierta decepción que el local tomaba el nombre de la calle en la que estaba ubicado. Tampoco existe ya.

Justo enfrente hay una iglesia. A mediados de los setenta, pero con Franco aún vivo, vi las primeras pintadas de mi vida: eran elogios a Falange Española y había también un dibujo de José Antonio, el mismo que presidía, junto con el crucifijo y el retrato del caudillo, la pared de todas las aulas. Confieso que aquello me inquietó.

A unos metros había una especie de supermercado para empleados de una gran industria. Fui una vez con mi madre, con el carnet de una amiga. Era inmenso y los precios más baratos que la tienda de ultramarinos en la que comprábamos. Mi madre llevó botellas vacías para llenarlas de aceite de oliva, algo que hoy resulta raro, inconcebible, incluso ilegal. Ese establecimiento debió cerrar hace mucho; a través de alguna ventana rota se ve el interior: devastado, pintarrajeado, con el techo cayéndose.

Pared con pared había un local en el que se tomaban copas y se bailaba, en verano en los jardines. Entonces era lo más chic y supermoderno. Aún funciona, con aire muy decadente.

Veo negocios que entonces ni imaginábamos: bares de copas, de tapas, una panadería artesana, una terraza que ha reciclado sabiamente un quiosco de periódicos…

Camino de casa, paso por un local de un partido político abandonado (el local y el partido), por el BBVA que sigue al pie del préstamo hipotecario, antes solo Banco de Vizcaya, por una bodega de rancio abolengo que ha remodelado con estilo la hija del dueño, por el bar (cerrado y en venta) en el que tomé mi primer Martini, por el lugar en el que hubo un cine y hoy es una tienda de ropa, por el otro cine que hoy es un bingo…

Cuando ya estaba acabando el instituto y empezando la carrera, iba a menudo a un disco-bar. Todos acudíamos allí. Unos años después, cuando ya me había marchado de esa ciudad, me dijeron que el dueño lo había vendido porque su pareja murió. El lugar agonizó unos años. La última vez que estuve lo regentaban unos jovencitos sin la menor idea del negocio. Cambiaron el nombre y no funcionó. Iba mucho con esa novia del chalet. Allí nos besamos como si no existiera nadie más, también en un pub oscuro que ahora es un restaurante chino.

Regreso a casa. Tuve otro amigo que puso un negocio. Paso por delante: está cerrado y el cartel que propone su venta ha perdido el color. No echo de menos a ese amigo que seguramente no lo era tanto.

 

Releo lo que he escrito y parece que es un relato nostálgico de mi pasado. No es así. Me ha gustado volver y no. Se vive siempre hacia el futuro. No soy nostálgico.



Procedencia de la imagen:

https://neopraxis.mx/5-consejos-para-evitar-los-efectos-negativos-de-la-nostalgia/

viernes, 8 de marzo de 2024

ALGUNAS PELÍCULAS DIRIGIDAS POR MUJERES

Hoy es 8-M. Veo muchas expresiones de elogio hacia la causa feminista. Las comparto, desde luego. Hace poco leí a un tipo que decía que se había ido demasiado lejos en lo de la igualdad. Se me ocurre que más lejos de la igualdad está la desigualdad. Se le ve el plumero.

A la hora de comer estaba dando vueltas a algunas excelentes películas dirigidas por mujeres. Así que hoy solo escribo para recomendarlas. Solo siete, aunque hay muchísimas más.